Anfield corona a Torres

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Fernando Torres ha empezado a llamar en su primera temporada en Anfield a la puerta reservada para las leyendas en el más glorioso de los campos ingleses: The Legends. Su gol fue de una clase sólo comparable al que marcó en San Siro ante el Inter. Media vuelta y trallazo lo más cerca posible de la madera. Anfield no puede creerlo. Ha fichado a un atacante de verdad. Así, le despidió con una ovación estremecedora. Su cambio coincidió con el momento en el que el Liverpool se acababa de reponer a un golpe que parecía definitivo: la contra vertiginosa de Walcott que definió Adebayor y que ponía al Arsenal a diez minutos de las semifinales. Pero Reina levantó a sus compañeros y, al siguiente ataque de los reds, Touré cometió un penalti sobre Babel que transformó Gerrard. El partido alcanzó una intensidad insuperable en el tramo final, un ida y vuelta constante que aprovechó el Liverpool para machacar.

Benítez se reafirma con un gran logro: tres semifinales en cuatro años
Rafa Benítez consigue así un logro extraordinario: haber disputado tres semifinales de la Champions en cuatro años. Se enfrentará al odiado Chelsea. En su intento por construir un poderoso Liverpool de largo aliento, ya no hay dueño que le tosa. Wenger, por el contrario, volvió a evidenciar la debilidad de sus planteamientos en los partidos decisivos. Su equipo, que empezó como un rayo, se fue apagando hasta que lo rescató por unos segundos el vértigo de Walcott.

Y eso que el toque rápido y preciso de Cesc puso a bailar al Arsenal antes de que el Liverpool pudiera destensarse. En una de las triangulaciones diseñadas por el centrocampista, Diaby se plantó ante Reina y le convirtió en estatua de sal. El Liverpool desplazaba mucho el balón hacia atrás, como mandan los cánones, pero había una incomodidad manifiesta propiciada por la presión de los gunners. Cesc reinaba en el centro del campo. El juego de los reds se alargó mucho, demasiado, hasta que Hyypia, muy solo, igualó de nuevo la eliminatoria.

Anfield huele a hierba y a viejo. Es un caldero de emociones al que no puede escapar nadie. En la banda, a escasos cuatro metros de Wenger, un Benítez hiperactivo le indicaba por gestos a Hyypia que se olvidara de emparejarse con Adebayor, que para eso estaba el mucho más veloz Skrtel. «Rafa, Rafael, Rafa, Rafael», entonaba la grada de The Kop sobre su entrenador, al que concede poderes de demiurgo, mientras veía cómo su equipo iba llevando poco a poco el partido al terreno que le interesaba, el emocional.

Tras marcar un ritmo frenético en el arranque, el Arsenal pareció fundido a la media hora. Dejó de tocar y se puso a correr. También acusó la marcha de Flamini, lesionado, y la llegada de un Gilberto Silva venido a menos. Los reds se imponían en casi todos los tackles y Fabio Aurelio, un brasileño más dotado para crear que para destruir, también le ganaba el duelo a ras de suelo a Eboué, señal de que el Liverpool era impulsado por el poderoso vapor que le envía Anfield. Xabi Alonso empezó a manejar con gusto a su equipo y Torres dio la impresión de estar a punto de alcanzar un buen bocado. El madrileño ha llegado a Anfield para quedarse y ya sólo Gerrard le discute la preferencia de la grada.

Cada vez más aislado Adebayor, el Arsenal empezó a enviar síntomas de estar a punto de fenecer. Cesc levantó la cabeza y se encontró con la peor sorpresa: nadie se movía para desmarcarse. El Liverpool tomó la iniciativa. Y Benítez encontró la jugada que estaba buscando: el pelotazo largo a Crouch, que bajó el balón a Torres y El Niño se encargó de todo lo demás: revolverse dentro del área, abrirse el ángulo de tiro, armar la derecha y enviar un trallazo a la escuadra. Técnica pura y dura que desmelenó el choque hasta el final. Un precipicio del que salió airoso el técnico más frío, el que supo templar mejor los nervios. Algo en lo que Benítez es, sin duda, un maestro.

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